jueves, 28 de mayo de 2009

Escoria

Dos chicos de apenas quince años entran poniendo en alerta a los camareros del bar. Caminan arrastrando sus almas encogidas bajo unos jerseys demasiado finos para esta época del año. Se acercan a la dueña, que regenta junto a la caja registradora, y permiten que el mostrador sujete su lastre de vida. Conversan y ella niega apretando los labios tanto que parece que se los va a tragar. El diálogo se prolonga y los argumentos (o el vacío de sus ojos) encuentran una fisura en el corazón de la anciana. Dos cafés con leche para templar los tobillos sin calcetines, para calmar el estómago, para ayudar a pasar la resaca.
Viven en las villas lejos del centro, trabajan de aparcacoches, de vendedores ambulantes y de carteristas. Cuando no vuelven a casa se hospedan en los soportales de cines y teatros de la pequeña Broadway Latina y consumen paco (crack) o inhalan cola para olvidar la cantidad de años que les quedan de desgracia y miseria. Son los jóvenes que la sociedad repudia porque no trabajan y tiran su vida a la basura. Son los sin futuro del mañana. Los que engrosan las estadísticas que avergüenzan al gobierno y les hacemos sentir culpables por ello. Son los que asustan a las abuelas que agarran el bolso fuerte cuando se los cruzan en la vereda. Son los que también roban y a los que arrestan, aunque ellos solo se lleven pequeñas cantidades... Son escoria.
Eso creemos, si no no les quitaríamos sus derechos, su derecho a la vida digna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En algunas especies animales que se desplazan en grupos o en rebaños, los animales más débiles o enfermos quedan siempre en las zonas más expuestas de esos grupos,siendo así presa fácil de los depredadores de su especie. Su sacrificio protege al resto del grupo. ¿A qué depredador sacrifica el ser humano estos miembros más débiles? ¿De qué están protegiendo al resto?