jueves, 4 de marzo de 2010

Cacerolada

Los niños del piso de arriba corren divertidos. No puedo dormir inmersa en sus grititos y saltos sobre el piso. Me imagino que ha venido un primo a jugar y que se va a quedar a dormir, lo que explicaría el exceso de emoción e hiperactividad de los vecinos a estas altas horas de la madrugada. Hay un momento de gran algarabía acallada de repente por los gritos de algún adulto que se cree responsable. El frágil silencio que lo sucede es como la calma que anuncia la tempestad. En el piso de arriba se prepara la tormenta perfecta.
En apenas unos minutos he olvidado a los vecinos y vuelvo a centrarme en mis intentos de dormir. Los párpado caen lentamente, los sueños se cuelan por debajo de la puerta, la respiración se vuelve profunda y completa...
¡TAC! ¡TAC! ¡TAC! ¡TAC! ¡TAC! ¡Los niños indignados han organizado una cacerolada en el primer piso!
Las luces del patio se encienden y algunos vecinos avisan que están siendo molestados. Los gritos de aquellos adultos consecuentes tratar de imponerse al barullo callejero de la protesta infantil. De pronto parecen desaparecer los argumentos y el silencio se acaba de golpe y porrazo. Algún pequeño llanto reprimido pide auxilio. Los vecinos vuelven a apagar sus luces.
Los niños aprenden de los mayores ¿y los mayores? ¿Pueden aprender de sí mismos?

(p.d. el que hace los dibujos no está, sepan disculpar la ausencia.)

lunes, 1 de marzo de 2010

Hacia ninguna parte

El subte se ha parado bajo la mole de cemento. Quisiera salir corriendo y evadirme de los sentimientos enclaustrados que la mugrientas paredes del túnel ofrecen. No se puede, estamos encerrados en en el convoy mientras las ratas pasean por las vías. Un compañero de viaje tose agónico. El tiempo pasa y seguimos parados hacia ninguna parte.