martes, 2 de febrero de 2010

Tormenta

Las nubes y el viento amanecieron peleados desde pronto por la mañana. No se muy bien quién tenía la razón, o quizá, a su forma de entender, ambos decían la verdad. El día fue avanzando y la sorna de uno y la perseverancia de las otras no ayudaban a que los aires se calmasen. El ambiente se fue oscureciendo y a primerita hora de la tarde empezaron las voces salidas de tono. Pequeñas lágrimas siguieron a los eléctricos nervios. Después vino el ojo por ojo, se desbordó el rencor y cayeron trombones de rabia y celos. Torrente de gritos y desesperos, inundaciones de reproches que se acumulan sobre las alcantarillas de una ciudad convertida en río. Se derramaron las paciencias, se escaparon los nunca dichos el día pareció volverse noche y, de repente, ya nada de aquello tenía sentido.
El viento se retiró despacio tratando de no dejar rastro. Las nubes siguieron su curso, más livianas y agotadas por tanto derroche. El cielo se abrió en un claro celeste y todo quedó en calma. Una calma marmolada y sospechosa. Frágil y quebrantable con tan solo un rechisto.

Pese a tener los pies mojados nadie dijo nada. Se abandonaron los refugios y se retomaron los caminos. El forzado silencio prefirió hablar por todos.

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