miércoles, 13 de enero de 2010

Salar

Un día descubres algo que nunca antes habías visto. Un lugar que no habías podido imaginar o un nombre que, al escucharlo, simplemente, te sonaba a nada. Y entonces, de repente, pasas una montaña de altura descomunal y en el altiplano te aparece un desierto de sal. Ahí, suspendido en la sequedad ardiente de la blancura incandescente. Ahí, como si nada, ajeno a la novedad de tus pupilas que, de luminosa emoción, se achican para poder aguantar el reflejo abrasador. Ahí está, inmenso, tranquilo, brillante, ardiente.

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