Hace una semana que la Txikin
cumplió un año y, aunque tarde, para festejar esta primera vuelta al sol
escribo y comparto un poco de lo mucho que me pasa por la cabeza aunque ya casi
no tengo tiempo para hacéroslo llegar. Pero que mi silencio no sea tomando
nunca por olvido ni abandono, seguís
estando todos ahí, cerquita, colándoos en conversaciones, anécdotas y
recuerdos. También en deseos: ¡ojala pasase por acá una bandada de primos
corriendo hacia la piscina! ¡ojala deje de escuchar la música en el recuerdo y
salga de entre vuestras manos en vivo y en directo! ¡ojala Eroski regalase
viajes a la Patagonia juntando cupones de la leche! y muchos deseos más… ¿en mi
jardín entramos los cincuentaytantos sin problemas, no queréis festejar la
navidad aquí?
En fin, cada uno escoge el camino
que ha de andar y tiene que hacerse cargo de sus decisiones. Pensando sobre eso
me encontraba estos días. Hay que ser consecuente y mal que bien tratamos de
serlo, pero a veces la maternidad se complica. Ya hace un año que leer un libro
se convierte en algo casi prohibido, que siento que no ha habido segundo de
descanso en 365 días, que apenas consigo ir zafando en vez de ir realizando… y
sí, como todas supongo, tengo un dilema entre Nuria y amatxu, que parece que no
se encuentran y que una ha secuestrado a la otra. En fin, vicisitudes comunes
de estas madres del siglo XXI y de siempre, ¿no? Pero el dilema de la responsabilidad de las decisiones
tomadas hoy viene por otro lado. Hace tiempo que pienso (y me preocupa
profundamente) la irresponsabilidad de haber traído un nuevo ser a este mundo ¿fue
un acto de egoísmo imperial o de amor desmesurado?
Sí, lo lamento pero me voy a
poner tremendista.
Al poco de nacer Sophia Lur ama
(mi ama, la que secuestró a Jesu en su momento, supongo) llegó a vernos, a
mimarnos y a cuidarnos. Entre su equipaje traía una foto y un vestido que la
tía Conchi había tenido guardado durante todo este tiempo en un armario.
La foto para mi fue una emoción,
no hace falta que diga porqué, ¡y tener aquel vestido entre mis manos!… Lo
guarde con tanto cariño que, como nos suele pasar a algunos, casi se me pasa el
tamaño para ponérselo esperando el día D. Pero el otro día, con la Txikin que ya camina y se le pueden
poner vestidos (porque gateando es un lío, pobre) saqué la reliquia del cajón y
tras 30 años el vestido volvió a ver la luz.
Imagínense, ¿qué pensaría el
vestido al ver el mundo de nuevo después de tantos años?
Sintiendo la energía del pasado
entre la tela que ha sobrevivido perfecta al correr del tiempo, me dio miedo que el vestido se
entristeciese mirando a quién había vestido y en qué se había convertido…
¿habré cumplido las expectativas? ¿tendrá motivos para sentirse orgulloso de
mi?
Una hace lo mejor que puede por
surcar un camino justo y honesto, por poner en práctica lo que realmente cree y
por tratar de no dejar de crecer… pero a veces se pisa en falso, las piedras
del camino incitan a salirse a la vereda o tratar de tomar atajos y mira al
horizonte buscando una diagonal, aún a sabiendas que no siempre el camino más
corto es el que llega primero… ojala no tuviese que desandar lo andado. Pero
seguimos caminando y empiezo a darme cuenta que le temo más a las bajadas que a
las subidas, que esa inocencia que todos alguna vez me habéis achacado, empieza
a desconfiar y que no por ello la vida me va mejor, que me va muy bien, por
cierto.
Y es aquí, en medio del camino,
lejos todavía de alcanzar la próxima cima, que me pregunto ¿a dónde estamos
yendo? Y miro a mi hija que aun avanza en mis brazos y pienso en ella y en su
vestido, en nuestro vestido (porque seguro, además, que lo heredé de alguna de
vosotras queridas!) y miro hacia atrás y siento una especie de orgullo y
decepción.
Sophia Lur acaba de dar la primera
vuelta al sol y ya le ha visto el culo al astro rey. En cambio, de las trece
lunas que la acompañaron solo conoce una cara, la de plata, la que sonríe y
vela por ella en las noche mientras la protege de los mismos monstruos que
viven en su espalda, allá en el lado oscuro… A veces esos monstruos nos esperan de día y se nos cuelan en
la camisa y nos sorprendemos con comportamientos y decisiones que no sabemos
como hemos llegado a adoptarlas. Y así, enfermos por la ausencia de luz de los
sistemas que nos gobiernan e incapaces de ver (o de querer ver) la
trascendencia de las decisiones que no hemos tomado y de los límites que no
hemos impuesto estamos devastando, de la forma más cruel y sucia (y obscena),
este mundo que teníamos que devolver intacto (o mejorado) a nuestros pequeños.
El vestido me mira a través de
los años y me pregunta ¿qué has hecho vos para mejorar su tierra? Y no se qué
puedo contestar… y Sophia Lur ya caminó un año hacia ese mundo que debíamos
devolverle y siento que no tengo regalo de cumpleaños.
Es entonces que me doy cuenta que
quizá, en vez de amor, era egoísmo lo que nos impulsó a tener una hija, pero,
como decía al principio, hay que hacerse cargo de las decisiones y ser
consecuente con ellas. Nos queda pues, seguir caminando hacia una cima que
redima el egoísmo convirtiéndolo en pájaro libre y que el camino nos lleve
junto con Sophia Lur (Sabiduría de la Tierra) hasta Sophia Lur (Tierra de la Sabiduría).
Ese es nuestro camino, que es destino al mismo tiempo. Solo, en la decisión de
cada paso que demos, podremos surcar la trilla para devolver lo que no nos
corresponde, porque el mundo no es de nuestros hijos, sino de los hijos de toda
la humanidad y en ellos debemos pensar.
1 comentario:
Nur!! que bonito no lo había leido todavía me encantaron las fotos y el vestido y todo un gran abrazo
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