jueves, 12 de diciembre de 2013

El Vestido


Hace una semana que la Txikin cumplió un año y, aunque tarde, para festejar esta primera vuelta al sol escribo y comparto un poco de lo mucho que me pasa por la cabeza aunque ya casi no tengo tiempo para hacéroslo llegar. Pero que mi silencio no sea tomando nunca por olvido ni  abandono, seguís estando todos ahí, cerquita, colándoos en conversaciones, anécdotas y recuerdos. También en deseos: ¡ojala pasase por acá una bandada de primos corriendo hacia la piscina! ¡ojala deje de escuchar la música en el recuerdo y salga de entre vuestras manos en vivo y en directo! ¡ojala Eroski regalase viajes a la Patagonia juntando cupones de la leche! y muchos deseos más… ¿en mi jardín entramos los cincuentaytantos sin problemas, no queréis festejar la navidad aquí?
En fin, cada uno escoge el camino que ha de andar y tiene que hacerse cargo de sus decisiones. Pensando sobre eso me encontraba estos días. Hay que ser consecuente y mal que bien tratamos de serlo, pero a veces la maternidad se complica. Ya hace un año que leer un libro se convierte en algo casi prohibido, que siento que no ha habido segundo de descanso en 365 días, que apenas consigo ir zafando en vez de ir realizando… y sí, como todas supongo, tengo un dilema entre Nuria y amatxu, que parece que no se encuentran y que una ha secuestrado a la otra. En fin, vicisitudes comunes de estas madres del siglo XXI y de siempre, ¿no?  Pero el dilema de la responsabilidad de las decisiones tomadas hoy viene por otro lado. Hace tiempo que pienso (y me preocupa profundamente) la irresponsabilidad de haber traído un nuevo ser a este mundo ¿fue un acto de egoísmo imperial o de amor desmesurado?
Sí, lo lamento pero me voy a poner tremendista.
Al poco de nacer Sophia Lur ama (mi ama, la que secuestró a Jesu en su momento, supongo) llegó a vernos, a mimarnos y a cuidarnos. Entre su equipaje traía una foto y un vestido que la tía Conchi había tenido guardado durante todo este tiempo en un armario.
                        
La foto para mi fue una emoción, no hace falta que diga porqué, ¡y tener aquel vestido entre mis manos!… Lo guarde con tanto cariño que, como nos suele pasar a algunos, casi se me pasa el tamaño para ponérselo esperando el día D.  Pero el otro día, con la Txikin que ya camina y se le pueden poner vestidos (porque gateando es un lío, pobre) saqué la reliquia del cajón y tras 30 años el vestido volvió a ver la luz.  
                        

Imagínense, ¿qué pensaría el vestido al ver el mundo de nuevo después de tantos años?
Sintiendo la energía del pasado entre la tela que ha sobrevivido perfecta al  correr del tiempo, me dio miedo que el vestido se entristeciese mirando a quién había vestido y en qué se había convertido… ¿habré cumplido las expectativas? ¿tendrá motivos para sentirse orgulloso de mi?
Una hace lo mejor que puede por surcar un camino justo y honesto, por poner en práctica lo que realmente cree y por tratar de no dejar de crecer… pero a veces se pisa en falso, las piedras del camino incitan a salirse a la vereda o tratar de tomar atajos y mira al horizonte buscando una diagonal, aún a sabiendas que no siempre el camino más corto es el que llega primero… ojala no tuviese que desandar lo andado. Pero seguimos caminando y empiezo a darme cuenta que le temo más a las bajadas que a las subidas, que esa inocencia que todos alguna vez me habéis achacado, empieza a desconfiar y que no por ello la vida me va mejor, que me va muy bien, por cierto. 
Y es aquí, en medio del camino, lejos todavía de alcanzar la próxima cima, que me pregunto ¿a dónde estamos yendo? Y miro a mi hija que aun avanza en mis brazos y pienso en ella y en su vestido, en nuestro vestido (porque seguro, además, que lo heredé de alguna de vosotras queridas!) y miro hacia atrás y siento una especie de orgullo y decepción.
Sophia Lur acaba de dar la primera vuelta al sol y ya le ha visto el culo al astro rey. En cambio, de las trece lunas que la acompañaron solo conoce una cara, la de plata, la que sonríe y vela por ella en las noche mientras la protege de los mismos monstruos que viven en su espalda, allá en el lado oscuro…  A veces esos monstruos nos esperan de día y se nos cuelan en la camisa y nos sorprendemos con comportamientos y decisiones que no sabemos como hemos llegado a adoptarlas. Y así, enfermos por la ausencia de luz de los sistemas que nos gobiernan e incapaces de ver (o de querer ver) la trascendencia de las decisiones que no hemos tomado y de los límites que no hemos impuesto estamos devastando, de la forma más cruel y sucia (y obscena), este mundo que teníamos que devolver intacto (o mejorado) a nuestros pequeños.
El vestido me mira a través de los años y me pregunta ¿qué has hecho vos para mejorar su tierra? Y no se qué puedo contestar… y Sophia Lur ya caminó un año hacia ese mundo que debíamos devolverle y siento que no tengo regalo de cumpleaños.
Es entonces que me doy cuenta que quizá, en vez de amor, era egoísmo lo que nos impulsó a tener una hija, pero, como decía al principio, hay que hacerse cargo de las decisiones y ser consecuente con ellas. Nos queda pues, seguir caminando hacia una cima que redima el egoísmo convirtiéndolo en pájaro libre y que el camino nos lleve junto con Sophia Lur (Sabiduría de la Tierra) hasta Sophia Lur (Tierra de la Sabiduría). Ese es nuestro camino, que es destino al mismo tiempo. Solo, en la decisión de cada paso que demos, podremos surcar la trilla para devolver lo que no nos corresponde, porque el mundo no es de nuestros hijos, sino de los hijos de toda la humanidad y en ellos debemos pensar.

1 comentario:

ceiba dijo...

Nur!! que bonito no lo había leido todavía me encantaron las fotos y el vestido y todo un gran abrazo