martes, 23 de julio de 2013

De Gato y Reptil


Está ahí, sentada en el suelo entre mantas y almohadones que pretenden protegerla. Rodeada de sus juguetes suena mientras conversa en su peculiar idioma de monosílabos repetidos hasta el infinito. Ella sabe que estás cerca, te mira, le miras y sigue jugando. Se siente protegida y su instinto de mamífero en las cavernas descansa tranquilo. Su respiración ritmada, algo de tos, la campanita del juguete, el papel celofán de las alas del dragón,… son la música de fondo.
Entre mirada y mirada te entretienes leyendo un poco. Hace mucho que no sientes esa magia de dejarte llevar por la lectura. La constante atención exterior inhibe el chapuzón interior. No importa, sigues tratando de leer. De pronto, te sorprendes a ti misma emocionándote con la lectura y, como señal de alarma tu mente te avisa del silencio. Alertada vuelcas la mirada buscando a tu retoño. Los silencios asustan… pero esta vez no. Esta vez te la encuentras a cuatro patas, concentrada en cada músculo de su cuerpo, la ves temblar de esfuerzo luchando por mantenerse recta.


Siente tu mirada y sonríe, pero no te mira. Si abandona el punto fijado en el infinito se desplomará como un castillo de naipes. Grita de esfuerzo y de placer antes de aunar fuerzas y atención para tratar de desplazarse. De repente se mueve. El dragón se siente gato y mueve ese cuerpito con inmenso esfuerzo. ¡Oh! –exclaman sus ojos- no sabe porqué se mueve hacia atrás. Se sorprende (y se entusiasma) al descubrirse a sí misma  en movimiento. Ruge al no entender porqué cada vez está más lejos de su objetivo. El enfado le hace perder la fuerza y el pañal le pesa demasiado. Deja caer la cola y en vez de gato parece lagarto que se arrastra (también hacia atrás) libre y alegre.  Solo cuando hace tope con una pared pide ayuda para volverse a sentar allá, entre las mantas y almohadones que ya poco le pueden proteger.

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