Pasan los días y las ansiedades
crecen. Las ganas de verle la cara, de abrazarla, calentarla y amamantarla se
multiplican exponencialmente aunque la pena de perder la panza y despojarla de
ese paraíso no mengua.
Aún estamos en fabulosa fecha
aunque médicos y opinólogos hacen mella en nuestras ansiedades y tratan de
meternos prisa. Pero ella no esta dispuesta a recibir más órdenes que las de su
propia naturaleza y sigue bañándose calentita en las profundas lagunas del
universo que habita. ¿Puede culparse a alguien por no querer abandonar la
felicidad eterna?
Pero la presión externa no cesa y
hoy hemos decidido mirar para ver
si estaba todo bien. Con un caleidoscopio hemos hecho una ecografía y al entrar
sin llamar en la cueva la hemos pillado cambiándose de piel. La abrupta
irrupción la ha dejado boquiabierta y algo asustada -“no se entra sin llamar”,
ha dicho- pero después, al reconocernos, nos ha explicado que se está
preparando. Abandona sus pieles de dragón y decide aparecer como niña de brillante
mirada y enorme corazón intrépido.
-Acicalarse lleva su tiempo –ha
expresado segura de sí misma.
Y mientras corría los velos que
la devolvían a su intimidad ha lanzado un “hasta enseguida”.
Seguimos esperando.