domingo, 7 de octubre de 2012

Teros


Al principio cuando llegamos era invierno y no solo la vegetación era escasa, los animales hibernaban y apenas se dejaban ver y los pájaros habitaban otros territorios más cálidos o más fríos, según la especie. Había algunos Teros y un par de bandurrias viejas que, conscientes de no poder realizar el viaje completo abandonan a la bandada y quedan aquí sus últimos tiempos.
En ese principio me gustaban los Teros. Aparecían de vez en cuando, con su canto peculiar y se paseaban buscando gusanos o semillas. Después llegó la primavera y poco a poco y se empezó a poblar la zona con Teros que, a mitad de su peregrinación deciden poner los huevos en la comarca andina.  Los ponen ahí nomás, donde les da la gana, campo a través, sin nido ni cobijo que los proteja de cualquier predador.
En parejas de a dos los Teros comenzaron a conquistar territorios que vigilan celosamente. Con una especie de pinchos bajo las alas y una agresividad que solo a Hitchcook le gustaría, no dudan en envestirte  -volando amenazantes hacia la altura de la cabeza- si te acercaste demasiado a el lugar por dónde desparramaron sus huevos.  Los aguiluchos andan al acecho y a veces se enfrentan cara a cara.
Su canto se ha vuelto histriónico y me ponen nerviosa cuando los encuentro, grises como son, en parejas paseando por ahí. Son soberbios, altaneros y desafiantes. Algunos más nerviosos atacan sin dudarlo, otros te desafían desde lejos. Están ahí y cada vez son más. No nos dimos cuenta y poblaron el territorio… y siento que huelen a otros tiempos… actitudes de milicos e inicio de dictaduras, vigilando… esperando la orden para imponerse sin respeto…

Afortunadamente es solo una sensación. Los cascarones se rompen masivamente, las crías aprenden a volar rápido y como llegaron se van marchando. Ya nadie vigila los descampados  ni corta el transito en los caminos

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