Al principio cuando llegamos era invierno y no solo la
vegetación era escasa, los animales hibernaban y apenas se dejaban ver y los
pájaros habitaban otros territorios más cálidos o más fríos, según la especie.
Había algunos Teros y un par de bandurrias viejas que, conscientes de no poder
realizar el viaje completo abandonan a la bandada y quedan aquí sus últimos
tiempos.
En ese principio me gustaban los Teros. Aparecían de vez en
cuando, con su canto peculiar y se paseaban buscando gusanos o semillas. Después
llegó la primavera y poco a poco y se empezó a poblar la zona con Teros que, a
mitad de su peregrinación deciden poner los huevos en la comarca andina. Los ponen ahí nomás, donde les da la
gana, campo a través, sin nido ni cobijo que los proteja de cualquier predador.
En parejas de a dos los Teros comenzaron a conquistar
territorios que vigilan celosamente. Con una especie de pinchos bajo las alas y
una agresividad que solo a Hitchcook le gustaría, no dudan en envestirte -volando amenazantes hacia la altura de
la cabeza- si te acercaste demasiado a el lugar por dónde desparramaron sus
huevos. Los aguiluchos andan al
acecho y a veces se enfrentan cara a cara.
Su canto se ha vuelto histriónico y me ponen nerviosa cuando
los encuentro, grises como son, en parejas paseando por ahí. Son soberbios,
altaneros y desafiantes. Algunos más nerviosos atacan sin dudarlo, otros te
desafían desde lejos. Están ahí y cada vez son más. No nos dimos cuenta y
poblaron el territorio… y siento que huelen a otros tiempos… actitudes de
milicos e inicio de dictaduras, vigilando… esperando la orden para imponerse
sin respeto…
Afortunadamente es solo una sensación. Los cascarones se
rompen masivamente, las crías aprenden a volar rápido y como llegaron se van
marchando. Ya nadie vigila los descampados ni corta el transito en los caminos
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