Fue noche de San Juan el otro día. Días antes las brujas,
sorginak, empezaron a bailar a mi alrededor, a cantar y a gritar. Como siempre
que me pongo triste, empecé a contarles historias a todo el que se prestase a
escuchar, explicando la importancia de esta noche y, con sorpresa, descubrí que
aquí también se celebraba. A propuesta de una señora interesada en recuperar
las costumbres perdidas, se hizo una hoguera en el SUM y se invitó a antiguos
pobladores para retomar una tradición casi olvidada. Con la Señora Margarita
comandando el Akelarre comimos torta frita rellena de queso y vino caliente,
apuntamos en un papel lo que queríamos quemar y recibimos indicaciones para
baños purificadores con agua de la madrugada. Escuchamos historias de antes,
nos habló de su infancia y sus palabras nos transportaron en un viaje en el
tiempo. Al calor de la hoguera jugamos entre las nieves del pasado, aprendimos
a espantar duendes no tan buenos y corrimos campo a través en busca de tesoros
mapuches. ¡Qué divertido es el pasado! Y cuanto se aprende…
Esperamos a que saliese la luna para quemar un muñeco de
tela y dejar atrás errores y conflictos. Somos pobladores del Rincón de Lobos,
así que aullamos para festejar antes de batir palmas y gritar ¡vete! ¡Vete!
¡Fuera! ¡Fuera! Alrededor del fuego. Miramos al cielo cabeza para abajo para
ver la luna como en Francia, o como en Lisboa, o como en casa; y se contaron
historias, hechizos y trucos para la providencia de este nuevo año que los
mapuches recién comienzan.
Fue una grata sorpresa pues el fuego juntó en su rededor a
desconocidos de diferentes procedencias, tradiciones y edades. Todos querían
compartir y todos querían aprender. Eso me emociona. Fue evidente y palpable
que una tradición estaba por perderse cuando la memoria no alcanzaba para todos
los detalles y nadie conseguía improvisar. Pero el esfuerzo valió la pena para
prender en cada uno una chispa de curiosidad y retomar el camino de las
tradiciones. Lástima que solo nos demos cuenta de su valía cuando ya no las
tenemos.
Volvimos a casa antes del amanecer. Aquí es la noche más
larga y la helada invitaba al cobijo. Me quedé con ganas de saltar la hoguera y
de cantar aunque dentro de mi escuché irrintzis todo el tiempo. Por la mañana
no hubo cohetes en lo de Mari, ni txokolatada ni txistorra. No quise pensarlo
mucho porque eso tampoco hay ya y… se me salen las lágrimas.
¡Ah! Y aunque no te lo
diga muy a menudo, nunca se me olvida… Zorionak Jon!
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